Cosas que pasan en los barrios de Europa

por Begoña Pernas

Durante unos meses, en el otoño de 2018, parte del equipo de gea21 recorrió las calles del infinito distrito de Puente de Vallecas, buscando respuestas a una pregunta: ¿está aumentando la xenofobia y el racismo en los barrios del sur de Madrid, ejemplo histórico de solidaridad y resistencia? Y si es así, ¿por qué sucede? ¿Es efecto de una crisis económica que ha terminado por romper el frágil vínculo que une en las sociedades modernas prosperidad y valores democráticos? 

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Como sucede a menudo, la pregunta debía a su vez partirse y modularse, puesto que apenas queda nada parecido al barrio homogéneo que fue en su día Vallecas. El cambio social y urbano ha dispersado personas e ideas, atraído nuevos residentes, remodelado o desgastado relaciones sociales que parecían firmes. Ante la pregunta “¿Vallecas sigue siendo Vallecas?” los diferentes grupos sociales se sitúan y reflejan, como en los fragmentos de un espejo roto que aún recuerda su unidad, casi mítica. 

La primera conclusión es está. No hay unidad, quizás ni una cultura común. Algunos grupos viven cerca sin mezclarse, con condiciones materiales y culturas cívicas muy diferentes. En los extremos hay dos discursos, que apenas coinciden en el espacio urbano y en los valores políticos. Por una parte, una clase cosmopolita que valora ante todo la vida privada y que es capaz de proyectarse y sentirse relativamente cómoda en la cultura del nuevo capitalismo, hecha de búsqueda de la felicidad individual y de la movilidad social en un mundo abierto. Este grupo defiende el marco público de los derechos humanos y da la bienvenida a la inmigración como riqueza cultural, pero busca contextos vitales donde la mezcla no ponga en peligro las expectativas de ascenso social: barrios residenciales sin calles y colegios sin inmigrantes ni gitanos. 

En el otro lado, se sitúa una clase obrera en crisis, tanto material como moralmente.  Personas que viven mezcladas y arraigadas porque no tienen adónde ir, que sienten que su cultura ya no tiene valor y eficacia. Dos de sus bases están minadas: por un lado, la unidad obrera y vecinal ya no es  posible, por las condiciones actuales del trabajo y la vivienda; por otro,  la moral del esfuerzo como base de la prosperidad les parece una trampa que no pueden transmitir a sus hijos. La nación trabajadora –que no distingue a los de dentro y los de fuera- ha dejado de existir. Su pesimismo ante el futuro y su petición de un orden económico más justo pueden, si no son atendidos, manifestarse como demanda de orden sin más, quizás de una prioridad nacional que los proteja de la incertidumbre vital y económica. 

En medio, los grupos de opinión se matizan y complican, pero sobre todo nos interesa citar a dos: por un lado, las tejedoras, personas que han aceptado el cambio social sin huir del barrio y de la mezcla, asumiendo sin melancolía que nada volverá a ser lo mismo, que el mercado ya ha demostrado que no es de fiar y que solo la laboriosa reconstrucción de esferas de igualdad –las calles, los colegios- puede sostener una vida común. Su convivencia con el extranjero no es una idealización de la diferencia, sino una sobria aceptación del conflicto inherente a la vida urbana. Parten del reconocimiento de que la identidad compartida no puede ser la base de la solidaridad, sino el hecho de quedarse, de estar y de hacer. Su ética, que llamamos un individualismo sin ilusiones, ascético, se expresa así: si  la ola de la crisis nos ha dejado a todos en la orilla, revueltos y confundidos, desde aquí hay que construir nuevos vínculos.

Por último, en el espejo roto, hay miles de fragmentos minúsculos, los aislados. Personas que no pueden salir del barrio y que, aunque no tienen una cultura cosmopolita, también rechazan la vieja unidad obrera y vecinal.  Sólo confían en su criterio y la herida que causa en su ego no verse socialmente reconocidos se expresa como “delirio de ruina”: Vallecas se acaba, España se acaba, y la culpa de los males que asedian nuestras vidas es de los inmigrantes, a los que se envidia, pues parecen recibir toda la atención y los recursos que ellos no reciben. Cuando las vidas se vacían de relaciones sociales, se llenan de fantasías. Y estas circulan libremente por las redes, convirtiendo en experiencia compartida lo que son imaginaciones y falsas percepciones. 

Por lo tanto, en los barrios de Europa, se libra una batalla entre sentidos, entre la falta de sentido y la sobrecarga de sentido, de la que depende en gran medida el futuro de las ciudades. No amalgamar, distinguir y comprender las grandes diferencias entre las posiciones sociales forma parte del trabajo intelectual de investigar, pero también del trabajo político y de gestión de las administraciones públicas. 

 

El estudio en el que se basa este texto fue financiado y ha sido publicado por el Oberaxe (Observatorio del racismo y la xenofobia) del Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social con el título: "Percepciones, discursos y actitudes hacia las personas inmigrantes en un barrio de Madrid". El documento completo puede descargarse en este enlace:

http://www.mitramiss.gob.es/oberaxe/es/publicaciones/documentos/documento_0119.htm