Frenos al cambio de marchas

por Màrius Navazo

Un título con guiños automovilísticos para hablar precisamente de lo contrario: de los principales frenos que encontramos para acelerar y hacer un cambio de marcha en el proceso de recortar el estatus quo del coche en nuestras calles.

En concreto, en este escrito se quieren desgranar los cinco frenos que identifico en nuestro día a día, en la labor de empujar hacia un cambio de modelo de movilidad y forzar el debate sobre para qué y para quién deben ser las calles. Aquí van:

1. El aparcamiento. ¡Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho! Este es un gran obstáculo. Puede que el mayor de ellos. Huelga decir la importancia que en nuestra sociedad tiene el aparcamiento en las calles, más si es gratuito. De hecho, nuestra sociedad parece defender con mayor entusiasmo el derecho a una vivienda gratuita para nuestros coches que el de una vivienda digna para las propias personas. Ya me extendí sobre ello en la serie “10 mitos sobre movilidad urbana”, en el post titulado “El derecho al aparcamiento”. En cualquier caso, lo cierto es que toda propuesta de transformación de las calles que suponga suprimir aparcamiento en calzada (como sucede casi siempre), va a encontrar una gran reticencia entre la vecindad, las actividades económicas, el equipo político y –hasta puede– el equipo técnico municipal. Así pues, ¿quién va a decirle a la vecindad que vaya más lejos a buscar aparcamiento? O aún más: ¿Quién va a repetir las palabras del alcalde de Pontevedra cuando afirmó que “como alcalde no tengo la obligación de buscarle a nadie donde aparcar su coche”? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Eso sí, si defiendes el aparcamiento, ¡nunca te faltará un medio de comunicación local para hacer de altavoz de una queja como esta!

2. Los sentidos de circulación. No dejan de ser curiosas las cosas que nuestra sociedad eleva a la categoría de importantes. Y algo que debería ser bastante intrascendente, como los sentidos de circulación, se convierte en tema de debate acalorado si te atreves a modificarlos. Básicamente porque cada persona que conduce un vehículo quiere minimizar sus recorridos cuotidianos. Y si la transformación que se propone en una zona (para peatonalizar, para pacificar) supone dar más vueltas dentro del coche, entonces se pone el grito en el cielo. Hasta el punto de llegar a frenar la propuesta de transformación, si las personas que se quejan constituyen un “grupo numeroso”. Así que, mucho cuidado con tocar los sentidos de circulación e incrementar el rato que la persona conductora debe apretar un pedal sentada ante el volante. Parece exagerado, pero creo no ser el único que vive este día a día de obstáculos. De hecho, llevamos décadas diseñando los sentidos de circulación para maximizar la accesibilidad en coche y posibilitar un sinfín de atajos para acortar sus recorridos. Pero el cambio de paradigma y la creación de zonas liberadas (en mayor o menor grado) del tráfico, conlleva implícitamente todo lo contrario –tal y como expresan meridianamente los conocidos esquemas de Copenhaguenize.

Por mucho que haya quien objete que para reducir emisiones es necesario no alargar los recorridos en coche (¿ambientalismo de postureo?), debe quedar claro que la reducción de emisiones se consigue cuando un coche se queda en el garaje. Una vez sale y circula, mejor que le pongamos los condicionantes que creamos necesarios. Pero como en nuestra sociedad el tiempo es oro, y el colectivo de personas que conducen casi también, ¿quién se atreve a obligarles a dar más vuelta en el asiento del coche? Y ahí están los medios de comunicación local para hacer de altavoz de una queja como esta, elevada a la categoría de problema.

3. El recelo a la vitalidad urbana. Aparece casi en cada propuesta de transformación donde se quieran hacer las calles más amables y habitables. Porque mucha gente puede estar de acuerdo en reducir los coches que pasan por el barrio, pero ni por asomo eso significa que estén de acuerdo en incrementar la gente en la calle. O al menos, la gente que hay en su calle, puesto que –de forma ambivalente– puede que sí les gusten las calles con gente y que las busquen para ir a tomar algo, pasear o encontrarse con amistades. Pero en la propia calle, mucha gente prefiere un coche aparcado delante de casa (¡aunque no sea el propio!) que un banco. En un banco puede sentarse gente distinta a mí, gente por la noche, puede liarse un botellón, pueden pasar un sinfín de cosas (sobre todo en la imaginación de quien recela de la vitalidad urbana). En un coche aparcado no pasa nada. ¡Y eso es virtuoso para mucha gente! Y, por lo tanto, este recelo actúa como freno al cambio. Recientemente desarrollé los recelos a la vitalidad urbana, y apunté algunas vías de avance, en este artículo publicado en el blog de la Red de Ciudades de Caminan.

En definitiva, lo cierto es que cuando la vecindad se opone a una transformación argumentando que habrá más gente en la calle, las cosas se comienzan a torcer y a paralizar. ¿Quién les dirá que no pueden exigir mantener la calle vacía de vida? ¿Quién defenderá que no es “su” calle y que cualquiera puede estarse en ella? Y ahí estarán los medios de comunicación local para hacer de altavoz de estas voces. Más difícil será que la juventud tenga acceso al micro. O los niños y niñas. O aquellas personas adultas que querrían las calles para que se jugara y se estuviera en ellas.

4. El temor “menos coches, menos negocio”. Este temor, más que conocido, viene principalmente de la mano de las actividades económicas de la zona a transformar. Aunque desde estudios internacionales hasta las experiencias más cercanas y palpables desmientan repetidamente este temor, es inevitable no encontrarse con él allá donde se vaya. Para no extendernos, en este hilo de twitter se encuentra un buen recopilatorio de argumentos para desmontar esta creencia. Pero más allá de los argumentos, lo cierto es que este temor actúa como un gran freno. ¿Quién se atreve a probar algo si diversos negocios familiares te están diciendo que los llevarás a la ruina? Y ahí están los medios de comunicación local para hacer de altavoz de este miedo infundado.

5. La creencia “menos coches, menos votos”. Como colofón final, aparece esta sombra que acostumbran a arrastrar los equipos políticos, según la cual si se atreven a recortar el estatus quo del coche perderán las elecciones. No voy a entrar en afirmarlo o negarlo, puesto que no lo sé. Lo que sí sabemos es que esta creencia es otro freno al cambio. Aunque también sabemos que en París se han hecho grandes recortes a los privilegios del coche sin haberse observado un castigo en las urnas. Ni tampoco en Pontevedra, por poner un ejemplo de otra escala.

En definitiva, dicen que uno de los primeros pasos para todo cambio es la identificación de los obstáculos. Y este era el objetivo de este escrito. Aquí hemos visto los frenos al cambio de marcha. En otro momento, hablaremos sobre como cambiar la marcha…

 

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