Lógicas privadas socavan lo público
por Begoña Pernas
Cuando el mundo cambia, no suele dar la cara. Las viejas categorías de la sociedad moderna –Estado, Clase, Familia, Trabajo, Nación- se siguen usando y siguen caminando, como si tuvieran vida, pero por dentro se van vaciando de sentido. El sentido se marcha a otros lugares para los cuales aún no tenemos nombres, o estos nombres son múltiples y provisionales, no se han consolidado con el paso del tiempo, no se han hecho populares, carne de teoría y de sentido común.
Así que el sentido y los conceptos se han divorciado, lo que hace más difícil pensar. La confusión aumenta porque a menudo se habla especialmente de lo que está en vías de desaparición. Así el tema de la familia era constante en la literatura en los años sesenta del siglo XX, la crisis del Estado del bienestar fue el gran tema de los setenta y si ahora se habla tanto de género es probablemente porque asistimos al vaciamiento de esta venerable institución.
Lo público es uno de estos conceptos que adquiere vigor y presencia cuando se socava. El vaciamiento del poder del Estado, poder sobre sus fronteras, sobre la redistribución de la riqueza, sobre las normas que rigen la vida de los ciudadanos, se expresa en el adelgazamiento de su burocracia, socavada por el espíritu del 68 que buscaba una vida más libre y una sociedad más expresiva y azarosa, pero sobre todo por la liberación de los mercados –ellos también se han ido a otro sitio y el sentido los ha seguido, pues el sentido sigue siempre al capital- que ha dejado al Estado sin gran parte de su base fiscal.
Los cuerpos de funcionarios envejecen, languidece el poder de la norma y del procedimiento y en general se va olvidando en qué consistía la autoridad pública y su capacidad para llevar a cabo políticas. Muchos son los efectos de este vaciamiento, empezando por la importancia creciente de los políticos y de sus personalidades. ¿O es que alguien sabía el nombre del Ministro de vivienda francés o alemán cuando se construyeron cientos de viviendas públicas en los años sesenta?
Pero quizás el más llamativo de estos efectos es que la pérdida de capacidad estatal se resuelve en la adquisición por parte del Estado de una lógica privada. No es solo que los servicios se privaticen, sino que la lógica pública, la autoridad y su distribución a través de la burocracia hasta alcanzar una sociedad de masas, se deja de entender. Ya no sabemos hacer políticas públicas. No tenemos política industrial, ni agraria, ni de vivienda; se han dejado de hacer planes generales en urbanismo, han cerrado los institutos de salud pública y los de geografía, casi ni se cuenta la población en censos ni se conoce el número de viviendas, desde luego se ignora quién y cómo tiene fortunas, aunque se sostienen en pie los huesos de un enorme esqueleto que una vez tuvo cerebro y músculos y sangre.
Sin duda se mantienen muchas de las funciones estatales básicas, desde el monopolio de la violencia a la protección social. Pero en la esfera pública se piensa cada vez más con lógica privada en cómo ofrecer servicios a una ciudadanía convertida en clientela de individuos unidos por lazos débiles. Habiendo perdido su posición, el Estado persigue al mercado –compitiendo con otros generadores de servicios de todo tipo- y a la sociedad –luchando por recrear y sostener lazos sociales que se están rompiendo (precisamente por el vaciamiento del trabajo, de la clase, del género), ocupándose de temas puramente privados, como la convivencia urbana o la soledad de los ancianos.
Nos encontramos ante una administración débil, que ha ido externalizando el conocimiento hasta quedarse sin cabeza. Sin duda gestiona asuntos, pero cada vez conoce, piensa y planifica menos, no teniendo ni siquiera personal o unidades encargadas de esas funciones “cerebrales”. Las saca fuera y vigila los contratos, convertidos en la esencia de la función estatal. Los efectos son muchos y no vamos a pretender que el más grave sea el impacto sobre el quehacer de las organizaciones privadas que trabajan con la administración.
Por eso dejaremos para otro día la crisis de la consultoría a la que lleva esta disminución de la capacidad estatal.
Continuará…