RAÍCES

por Marianna Papapietro

“Raíz” es una palabra que aparece con frecuencia en mis conversaciones, en todo el espectro de sus acepciones y la amplitud del campo semántico que genera.

Llega metida en las más variadas metáforas: en la mochila de experiencias, añoranza  y deseos que gente cercana trae colgando desde muy lejos; en la pregunta omnipresente que me sueltan nada más abrir yo boca, con este acento tan original (raîsh daròss assaj, se dice en mi tierra, y declaro en mi perfil de twitter); es la solución a todo conflicto de convivencia urbana; la justificación de toda represión de la diversidad; la reivindicación de pertenencia de clase, latitud o acervo cultural; la actitud irrenunciable con respecto a la militancia…

En mi estreno en este foro no me voy a meter en tal maraña de ideas, eso mejor entre cañas. Prefiero quedarme fuera de metáfora, hablando del órgano fisiológico vegetal de sujeción de las plantas, de fundamental importancia para la viabilidad de la vegetación, pero oculto a la vista y, portando, alejada de los corazones de proyectistas y gestores del verde urbano, terreno de juego que frecuento.

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Donde está lo mío. Fuente: desconocida.

 

Las zonas verdes son clave para lograr ciudades habitables, saludables y sostenibles, y para la preservación de la biodiversidad en los entornos urbanos. Prestan lo que se llaman servicios ecosistémicos, o sea el conjunto de beneficios que la naturaleza aporta a la humanidad, y que están a la base de la herramienta de diseño de las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN), muy utilizada en el diseño urbano en la actualidad.

Respecto a este modelo, defiendo una visión más radical, por la que la naturaleza tiene valor en sí misma, tanto que es merecedora de derechos propios, y no subordinados a la relación con el ser humano. Es lo que se lleva trabajando desde el programa de la ONU “Harmony with Nature”, que está preparando la Asamblea de la Tierra, donde se elaborará la Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, análoga a aquella de los Derechos Humanos, un nuevo paradigma no antropocéntrico ni etnocéntrico.

Todavía más radicales y sorprendentes son las teorías del neurólogo vegetal Stefano Mancuso, que lleva años estudiando la fisiología y el comportamiento de las plantas, llegando a la conclusión de que son seres sintientes y poseen una inteligencia propia, que es una calidad inherente a todos los seres vivos, aunque su expresión escape de nuestra comprensión. Las primeras observaciones  de ello están recogidas en el libro “The power of movement in plants”, de Charles Darwin que, ya en 1880, concluía que "No es exagerado decir que la punta de la radícula actúa como el cerebro de los animales inferiores". Efectivamente, los estudios de Mancuso corroboran que el ápice de las raíces contiene células análogas a las neuronas, capaces de analizar cantidades ingentes de parámetros físicos y químicos y responder a los estímulos exteriores. Las raíces son el celebro de las plantas…

Bebiendo de estas fuentes científicas, el filósofo Michael Marder propone una ética de las plantas, una inversión de la estructura jerárquica de nuestro sistema cultural, para redefinir nuestra relación con el planeta, a todas luces indispensable para ralentizar, frenar o revertir (según lo optimistas que seamos) la crisis multidimensional en la que estamos inmersos.

Ajena a esta revolución copernicana de nuestra relación con la naturaleza, en la práctica de la arquitectura  ̶ dominio de lo inorgánico ̶  todavía es frecuente utilizar las plantas como un escenario inerte. Aunque dibujemos árboles en los planos y los incluyamos en los presupuestos, éstos no evolucionan, no se considera el desarrollo de sus copas y, aún menos, de sus raíces. Quedan como última preocupación en la obra, tanto que, frecuentemente, a la hora de recortar costes, son lo primero de lo que se prescinde.

Para las plantas, visto el tratamiento irrespetuoso que les reservamos, la ciudad parece ser un medio hostil. Uno de los principales problemas en el desarrollo del arbolado urbano es justamente la asfixia de las raíces, debida a la compactación del sustrato de crecimiento y la consecuente falta de oxígeno, agua y nutrientes. Las plantaciones convencionales consisten en la excavación de un hoyo poco más grande del cepellón de la planta, sin considerar el sustrato circundante, muchas veces inviable para la penetración de las raíces. Para empeorar la situación, los alcorques, generalmente de dimensiones inadecuadas, se pavimentan, impidiendo así la infiltración del agua de escorrentía. En estas condiciones el árbol no se desarrollará con libertad y será más debil frente a enfermedades, estrés hidrico y vientos racheados, provocando caídas.

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Cinamomo sin arraigo en el barrio.

Tímidamente, el diseño y manejo del espacio urbano se está abriendo a nuevas prácticas que han demostrado su eficacia para tener entornos más habitables. Entre ellas señalamos cambiar la piel de la ciudad, evitando la acumulación de calor en las superficies con materiales más apropriados y aumentando sustancialmente la sombra vegetal; favorecer la permeabilidad del suelo con los Sistemas Urbanos de Drenaje Sostenible (SUDS); o plantar árboles, proporcionándoles sustrato descompactado y fertilizado, como las generosas excavaciones de los alcorques estructurales experimentados con éxito en ciudades como Estocolmo.

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Acera y sol sombra. Termografía.

Con estas actuaciones se logra un espacio urbano más saludable y habitable para las personas, gracias al amplio abanico de servicios ecosistémicos que nos ofrece la vegetación urbana, como la mejora del microclima o la reducción de la contaminación. Pero, sobre todo, nos permite una convivencia más respectuosa con las especies vegetales y sus raíces.