Cuando caminar por el campo es más peligroso que ir en coche por carretera

por Manuel Gil

El tío Anselmo fue amonestado a las afueras de su pueblo, al ser sorprendido paseando solo por el camino a la fuente cuando iba a buscar espárragos para cenar una tortilla con huevos del corral recogidos esa misma mañana por su mujer. 

Había una pandemia vírica, y con el fin de no colapsar el sistema de salud nacional, el presidente había decretado el estado de alarma en todo el país, prohibiendo a la población salir de sus hogares salvo para atender servicios esenciales, para adquirir alimentos o medicamentos o para ir a trabajar en las fábricas; e ir a recolectar frutos silvestres, no estaba entre las actividades esenciales. 

En su pueblo, llevaban toda la vida, desde mucho antes de la revolución industrial, saliendo a buscar espárragos, setas, moras, cardo, berros, caracoles, cangrejos y todo aquello que ofrecía el campo en cada momento del año. Salvo que se pudiese conservar o guardar, como las hierbas aromáticas o medicinales, lo que se recogía se consumía en el día. Casi siempre se salía solo, salvo para cortar y bajar la leña, que solía irse acompañado. Ahora era temporada de espárragos, y muy buena.

Anselmo se puso a discutir con los agentes, que poco sabían de campo, de lo absurdo que le parecía la prohibición de salir a buscar unos espárragos a las afueras del pueblo para consumir en casa, y sí poder recurrir a un servicio de reparto que trajera un pollo asado desde otro pueblo, o una cortina para el baño desde China; enojado ante los oídos sordos de la autoridad, tiró los cuatro espárragos al suelo al tiempo que mascullaba al agente más joven, “váyase usted a freírlos”. Fue multado.

Así que, entrado en razón por el consejo de su mujer e hijo, al día siguiente Anselmo, que detestaba conducir tanto como disfrutaba caminar, volvió a arrancar su viejo dos caballos, para bajar a comprar a la capital.

Los guardias que le multaron le aseguraron que no tendría problemas para recorrer 50 kilómetros en coche para poder comprar lo que necesitase para él y su familia, siempre que viajara solo y que no se entretuviera. El decreto de alarma había dispuesto que para facilitar los desplazamientos de las personas, las  gasolineras permanecerían abiertas, tanto en la capital como la de la entrada a su valle. 

Anselmo quiso aprovechar al desplazamiento para comprar algunas cosas que necesitaba hacía ya algunas semanas. Primero se dirigió a la Tienda del Hortelano en busca de plantones y patatas de siembra para la huerta, pero la encontró cerrada, al igual que la tienda donde solía el comprar el alambre que necesitaba para reparar el mallado del gallinero. Sin plantones, ni alambre y sin poder afilar el hacha, y con el pequeño comercio cerrado para evitar contagios, no tuvo más remedio que ir hasta el centro comercial a las afueras de la ciudad, más allá de la vieja estación de tren abandonada hacía años, para comprar los alimentos que llevaba escritos en un papel doblado en su cartera. 

En el hipermercado se cruzó con algún vecino de su pueblo y con algunos paisanos de otros pueblos de la comarca, que también habían tenido que ir, cada cual en su coche, a hacer la compra. Si de por sí ya eran poco conversadores, ahora con el distanciamiento social impuesto, apenas se dirigieron el saludo, no fuera a ser que también los sancionaran. 

Compró latas, velas, aceite, café, alguna fruta que no era de temporada y, un manojo de espárragos trigueros envueltos en plástico y atados por una ancha etiqueta también plástica, en la que podía leerse que procedían de Granada, a más de quinientos kilómetros de su pueblo. “¿Será que en Granada no han prohíbo a la gente salir a coger espárragos?”, se preguntaba camino del parking, mientras guardaba con cuidado el recibo de la compra en la cartera, siguiendo el consejo de su mujer, por si le volvían a parar.

Moraleja: Mientras se considere que es más seguro para la población el ir en coche a un hipermercado que caminar por una vereda, la única certeza será que el mundo rural está al servicio de las ciudades y que el sistema ya estaba enfermo antes de la pandemia.