A comienzos de los 2000, cuando iniciaba mi andadura profesional por el sector de la planificación de la movilidad, asistí a un curso de gestión de la movilidad urbana en la Universidad de Ciudad Real en el que el director del curso contaba el caso -real o ficticio, no lo sé- de una persona mayor que obstinadamente escribía a la compañía de transporte público de su ciudad para quejarse por no disponer de una parada de autobús en las cercanías de su domicilio, necesitándola ella para sus habituales visitas al médico y otras obligaciones. Cuando por fin la empresa de autobuses accedió a su solicitud y situaron una parada frente a su domicilio, los escritos no cesaron. La queja tenía hora que ver con el ruido y otras molestias que ocasionaba la parada. Pero lo que esta persona lamentaba más era que ahora que tenía la parada en la puerta de casa ya no podía darse ese paseo rutinario que le sentaba tan bien y en el que se cruzaba y saludaba a sus vecinos del barrio. La anécdota tenía la intención de advertirnos, neófitos nosotros, de que la cosa de la movilidad está repleta de paradojas, ambivalencias y efectos secundarios que escapan a su ámbito directo.
Pasados los años, mis pasos me llevarían a GEA21, desde donde se lleva décadas advirtiendo de la importancia de no obviar esas cuestiones y lo esencial de dedicar esfuerzos a comprenderlas y explicarlas al abordar el trabajo de planificación, ya sea mediante publicaciones, manuales o cuentas integradas de la movilidad. Una conclusión común es la necesidad de establecer un marco de seguimiento y evaluación de la movilidad que recoja esta complejidad y posibilite su análisis. Pero ¡ay la evaluación de la movilidad en España!... eso ya es otra historia.
A lo largo de este periplo también he navegado las procelosas aguas de la paternidad, que también es territorio dado a la paradoja, la ambivalencia y la contradicción. De eso hablamos con cierta frecuencia mi amigo Nacho y yo, pero tampoco con mucha profundidad, porque otra vez hay que separar a los críos y con lo poco que duran los descansos entre asaltos no nos da para explorar ese abismo. ¡Ay la tribu y los cuidados!... eso es también otra historia.
Nacho escribió hace unos años un libro que sospecho que interesará (y divertirá) a quienes se interesan por el trabajo de GEA21 y, por tanto, pasan por aquí de vez en cuando: Ladronas victorianas. Cleptomanía y género en el origen de los grandes almacenes (Antipersona, 2017).
Como explica su subtítulo, el ensayo se enmarca en el momento del surgimiento de los primeros centros comerciales, lo que permite una lectura derivada relacionada con su impacto en la geografía de las ciudades, no exenta de paradojas, en este caso históricas. Y es que resulta interesante leer cómo los centros comerciales, actualmente epítome de la movilidad insostenible y la anti-ciudad, en sus orígenes llevaron a lo público, a través de las vidrieras de sus escaparates, una actividad que antes se hacía tras oscuros cortinajes o sin bajar del carruaje, cual McAuto de la alta sociedad victoriana. O como, a través de su publicidad chic, los centros comerciales fomentaron la utilización de la bicicleta entre dependientas y clientas. Pero quizás lo más interesante es comprobar cómo los grandes almacenes se erigen como espacios de diversidad, donde se mezcla la alta y baja sociedad, y en los que, siguiendo en su concepción y diseño criterios que no difieren tanto de algunos que podemos encontrar actualmente en guías para el diseño de ciudades igualitarias, la mujer puede deambular sola en el espacio público sin ser acosada y/o levantar sospechas relativas a su catadura moral. Luego llegaría el automóvil y cambiaría muchas de esas cosas… pero eso es otra historia.
Como he dicho, lo que comento es una lectura derivada y anecdótica del libro. Lo más interesante está en su lectura principal, que yo me limito a recomendar. Tampoco tendría tiempo de explicar más, porque Netflix me acaba de avisar de que los críos llevan ya mucho tiempo pegados a la pantalla. Y es que, aunque buscamos ávidamente y asentimos mientras leemos artículos que nos explican que en esto también hay diferentes perspectivas, lo cierto es que llevamos ya un año abusando de sus pantallas para poder conciliar con las nuestras.