Ecologizar las ciudades
por Manuel Gil
Las ciudades modernas conforman los sistemas más complejos creados por la especie humana, tal como recoge la Carta para la planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis1.
En todo ecosistema, estas entradas y salidas de materia y energía están sometidas a los límites y restricciones impuestos por la naturaleza2, entendiéndose esta como el conjunto de condicionantes físicos y químicos que rigen todas las relaciones entre los seres vivos y su entorno. Las grandes ciudades, sin embargo, en una alocada carrera hacia la insostenibilidad, han venido tratando de eludir este principio en su interacción con el exterior.
Para tratar de facilitar la adquisición e intercambio de bienes, los ecosistemas urbanos han ido creando una compleja interconectividad entre ciudades, a la vez que se han ido desconectando cada vez más de su territorio, y específicamente de su entorno rural, en buena medida usado con fines al servicio de las ciudades. De este modo, el sistema de ciudades globales modernas interrumpe los flujos naturales con el entorno y acrecienta los desequilibrios en territorios circundantes, siendo lo más llamativo y quizás paradójico, que ello no sirve para resolver los propios problemas que se generan dentro del espacio construido. Puede decirse, que el modelo urbano dominante, no solo constituye un ecosistema artificial, sino que además establece una relación de depredación sobre el entorno que le sustenta.
No son pocos los ejemplos de ciudades que han apostado por un modelo urbano que, alejado de toda lógica de sostenibilidad, agotan la disponibilidad de agua, ocupan sus mejores suelos agrícolas, o construyen sobre terrenos inundables, sufriendo con posterioridad severas restricciones o inundaciones derivadas de una pésima planificación urbana, sin olvidar a aquellas que, a pesar del elevado número de muertes por contaminación atmosférica3, en ocasiones agravada por los condicionantes fisiográficos del territorio, no toman suficientes medidas para paliarla. Y es que para que el intercambio con el exterior funcione, el ecosistema urbano no solo ha de mantener una conexión equilibrada con el territorio, sino que debe poseer un sistema de organización reticular interno que permita canalizar los flujos de materiales y energía por todo el entramado urbano, no siendo suficiente los sistemas tradicionales, como el viario o la red de alcantarillado, tal como se está poniendo de manifiesto con los cada vez más frecuentes eventos climáticos extremos. Está demostrado que la alteración de los equilibrios y flujos naturales está detrás de muchas de las catástrofes derivadas de estos fenómenos climáticos extremos, con graves consecuencias para la población, especialmente para los más desfavorecidos.
En este sentido, si el territorio es importante, como elemento necesario para el crecimiento y funcionamiento de las ciudades, no menos importante es el propio funcionamiento interno de los entramados urbanos. Incluso cuando el crecimiento ha sido planificado, se observa como a la par que las ciudades han crecido en complejidad, su metabolismo urbano se ha ido alejando cada vez más de los preceptos ecológicos, Solo con la adecuada gestión de ambos, territorio y funcionamiento interno, o si se prefiere, crecimiento y desarrollo, puede garantizarse la sostenibilidad del ecosistema urbano.
Para ello, con el objeto de paliar el proceso continuado de deterioro ambiental inducido desde el modelo urbano dominante, y ante el ineludible reto que plantea el paradigma de la sostenibilidad, se requieren medidas urgentes que conduzcan a modelos más ecológicos y que atiendan a las dinámicas biofísicas impuestas por la naturaleza. Es necesario replantear el modelo de ciudad actual, enfocándolo hacia un metabolismo urbano más eficiente, un equilibrio más armonioso con su entorno, y por encima de todo a una mayor cohesión social.
Desde la disciplina urbanística, se vienen diseñando variadas herramientas en planificación y gestión urbana que se preocupan de revisar el modelo urbano consumidor de recursos hacia un urbanismo más sostenible. No son pocas las experiencias en planes de movilidad sostenible, de gestión para la reducción y reciclaje de la basura, de reducción de la contaminación, de planes y herramientas para una mayor eficiencia energética, o prácticas de renaturalización de la ciudad, entre otras, que apuntan en la dirección correcta hacía la sostenibilidad. Pero si realmente queremos avanzar en la sostenibilidad de las ciudades, tal como se refiere desde la Nueva Agenda Urbana y atendiendo al ODS11, no será posible lograr las metas sin transformar radicalmente la forma en que construimos y administramos los espacios urbanos. Para ello, resulta imprescindible atender a los principios ecológicos.
De las herramientas disponibles para ecologizar las ciudades, la renaturalización es la que más fácilmente puede acercarse al hecho de considerar el ecosistema urbano como un sistema inserto en un sistema superior aún más complejo, por su papel relevante a la hora de reconectar a la ciudad con su entorno natural y facilitar los flujos naturales dentro del sistema.
La pauta de cómo han de renatularizarse las ciudades, se puede encontrar observando los ejemplos que brindan los ecosistemas naturales, desde hace algunos años agrupadas bajo el concepto de “soluciones basadas en la naturaleza”, asumiendo en primer lugar unas limitaciones ecológicas y sabiendo entender a la ciudad como parte de un sistema territorial complejo, que afecta y necesita de un territorio que va más allá del espacio construido.
Renaturalizar la ciudad no es otra cosa que tratar de paliar la artificialidad de un sistema como es el medio urbano, para devolverlo a un equilibrio con sus condiciones más naturales, sobre todo prestando atención a los flujos de materia, de energía y de información. En este sentido no se trata solo de introducir elementos naturales, sino de buscar el equilibrio ecológico urbano a través de ellos. Son muchas las ciudades que ya están aplicando medidas que en principio fueron tachadas de radicales y aún hoy, a pesar de estar demostrando su eficacia, son miradas con recelo desde ciertos sectores.
Para logar acometer este ambicioso planteamiento, a la hora de renaturalizar, es necesario atender a cinco principios fundamentales, que no tratan sino hacer del ecosistema urbano, un ecosistema más respetuoso con las leyes de la naturaleza y por tanto ambientalmente más sostenible.
Como venimos explicando, en primer lugar es necesario que nuestras ciudades reconecten con el territorio al que pertenecen, reduciendo y acortando los flujos de materia y energía, en favor de las leyes físicas y naturales de la biosfera. Solo aquellas ciudades que sepan conjugar su crecimiento con la preservación elementos y flujos naturales en su espacio construido, y sobre todo, que preserven un entorno natural accesible y ecológicamente productivo, estarán llamadas a desarrollarse de una manera sostenible. Por el contrario, aquellas ciudades que continúen un modelo de crecimiento desconectado de su medio físico, serán las que más sufran los problemas ambientales, fundamentalmente derivados de la contaminación, falta de acceso a recursos de primera necesidad, vulnerabilidad ante epidemias y ante el cambio climático. En definitiva, es necesario atender a las condiciones biogeográficas de la región a la que pertenece la ciudad, y en especial a la relación de la ciudad con el campo.
En segundo lugar, reconectar a la ciudad con el territorio, pasa por reducir el impacto que tienen los ecosistemas urbanos sobre el resto de ecosistemas naturales. Es de sobra conocido que la insostenibilidad del actual modelo de crecimiento urbano está ligada con su huella ecológica, que mide la extensión del área ecológicamente productiva necesaria para suministrar recursos y absorber residuos. Hoy sabemos que para que una ciudad mantenga su nivel de funcionamiento, necesita hasta más de cien veces su tamaño4. Este factor es fácilmente comprensible si lo pensamos lo pensamos en términos de disponibilidad de suelo para su crecimiento o agua para su abastecimiento, pero también en términos de capacidad del territorio para absorber o disipar los contaminantes producidos en la misma. Tal como se ya se ha dicho, ante esta limitación que impone el entorno, las ciudades modernas, para poder garantizar sus necesidades de materia y energía, recurren a territorios cada vez más alejados, llegando a contaminar todo el planeta y aumentado extraordinariamente su huella ecológica.
Para reducir la huella ecológica de las ciudades es inevitable reducir el consumo de recursos y de energía, debiéndose prestar una especial atención al coste de mantenimiento de las intervenciones y actividades en la ciudad, o dicho en lenguaje ecosistémico, al coste de funcionamiento del ecosistema urbano. A través de intervenciones que reducan la necesidad de recursos externos y de residuos, como puede ser la captación y reutilización del agua de lluvia, la fabricación de compost en huertos urbanos o la producción de energía dentro de la propia ciudad, contribuirán a esa reducción. De este modo, las intervenciones en renaturalización no solo no generarán huella ecológica, sino que pueden contribuir al detrimento de esta.
En tercer lugar y no por ello menos importante, es necesario que las actuaciones urbanas favorezcan la conectividad ecológica. Tal como ya se ha comentado, es primordial atender a los flujos dentro del sistema, pero no solo a los flujos artificiales, creados por la ciudad (movilidad, fluido eléctrico, abastecimiento..), sino restableciendo aquellos flujos naturales que el crecimiento urbano ha ido rompiendo. Es habitual la puesta en marcha de experiencias de renaturalización urbana consistentes en la creación de nuevos espacios verdes más allá de los parques, en el que se incluyen desde huertos urbanos a jardines verticales, y que incrementan la superficie verde en el espacio construido. Sin embargo, desde una perspectiva ecológica, renaturalizar no debe ser entendido únicamente como el aumento de disponibilidad de espacio verde por habitante, sino que está planificación ha de ser llevada a cabo prestando más atención a los flujos que se dan en la naturaleza. Efectivamente, los parques urbanos se comportan como islas de verdor en la ciudad, y como tales, están sometidos a los condicionantes ecológicos de la insularidad5, albergando una menor biodiversidad que los espacios naturales, siendo además más vulnerables a las especies invasoras. Un ejemplo de ello es la proliferación de cotorras argentinas que aprovechan la falta de competencia para aumentar su población hasta convertirse en plaga, desplazando a las especies propias de la bioregión. Los parques urbanos también son ecosistemas artificiales.
La renaturalización, para que sirva al objetivo de ecologizar la ciudad, debe priorizar la conexión entre espacios verdes, a través de corredores ecológicos que eviten la fragmentación de los mismos. Esta conexión de los distintos espacios verdes permitiría multiplicar la diversidad biológica, a la vez de facilitar la infiltración y drenaje natural del terreno.
En cuarto lugar, resulta primordial evitar el aumento de entropía. Atendiendo a la segunda ley de la termodinámica6, la generación de un nuevo orden interno en los centros urbanos, acarrean un inevitable desorden externo, tanto por la extracción de materiales, como por la deposición de desechos. Ejemplo de ello son las numerosas canteras o graveras que aparecen como cicatrices en el extrarradio de muchas ciudades, así como la proliferación de escombreras y vertidos producidos tras cada obra de rehabilitación o mejora urbana. Aplicado este principio a la renaturalización urbana, se debe prestar una especial atención no generar impactos fuera de la ciudad, atendiéndose a factores tan diversos como el origen de la tierra vegetal empleada, a las necesidades de agua o a los desechos producidos tras las obras. Para reducir la entropía han de buscarse soluciones dentro de la propia ciudad, generando los propios recursos y procurando la reutilización de los materiales dentro del espacio construido.
Finalmente, no podemos dejar de considerar la dimensión social de la renaturalización. Sin lugar a dudas, la condición más importante de las ciudades, y que las diferencia de cualquier otro ecosistema biológico, es su dimensión social, al ser la ciudadanía la especie animal dominante, cobra un especial protagonismo, y se distancia del resto de especies, animales y vegetales, en su realidad construida. Por ello, las intervenciones en renaturalización no pueden hacerse sin una adecuada participación de la ciudadanía. En este sentido, la renaturalización también ha de servir para reconectar a la ciudadanía con la naturaleza, evitando intervenciones urbanas en las que el uso público no sea un protagonista privilegiado. La atención a las tensiones urbanas y ambientales debe ser orientada a aumentar las soluciones integrales que no agudicen las desigualdades y desequilibrios, de cara a lograr una resiliencia equitativa e incluyente7.
Si asumimos que la ciudad se comporta como un ecosistema, la renaturalización no debe realizarse aplicando las viejas recetas del urbanismo convencional, con intervenciones puntuales o aisladas, ni aplicándose solo a los nuevos crecimientos, sino que ha de hacerse como una apuesta decidida de devolver al hecho urbano la impronta natural que un principio permitió su razón de ser. La observación y rescate de sistemas de flujos naturales en el terreno, facilitarán la conexión de sistemas naturales a lo largo de toda la ciudad. Por otra parte, la renaturalización ha de permitir interpretar los ecosistemas subyacentes, sumando a su dimensión natural los aspectos sociales, de uso y valoración cultural, así como los aspectos de mitigación y adaptación en la lucha contra el cambio climático.
En definitiva, para evitar el proceso de autodestrucción originado desde el modelo urbano dominante, resulta indispensable atender a los principios de la física y a las leyes impuestas por la naturaleza, así como atender a la dimensión social, de modo que podamos anteponer soluciones previas a la inevitable autorregulación del sistema, que a pesar de la minoritaria corriente negacionista, ya está ocurriendo a escala planetaria.
Este artículo es un extracto del artículo publicado en la Revista “Ciudades Sostenibles”, se puede leer completo en https://www.ciudadsostenible.eu/wp-content/uploads/2020/08/039.pdf
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[1] La Carta para la Planificación Ecosistémica de Ciudades y Metrópolis es una iniciativa de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona abierta al mundo. http://www.cartaurbanismoecosistemico.com/
[2] Margalef, R. (1993). Teoría de los Sistemas Ecológicos
[3] La contaminación atmosférica causa más de 10.000 muertes al año en España y unos 7 millones en todo el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Agencia EFE 26/11/2019
[4] Mathis Wackernagel y William Rees (2001). Nuestra huella ecológica: Reduciendo el impacto humano sobre la Tierra
[5] McArthur, R.H. y Wilson, E. O. (1967). The theory of island biogeography
[6] Georgescu-Roegen, N. (1996). La Ley de la Entropía y el proceso económico
[7] Conclusiones del 1er Encuentro Iberoamericano sobre Renaturalización de las Ciudades de la UCCI, Ciudad de Guatemala 7 al 9 mayo, 2019.