El genio de los tres deseos

por Màrius Navazo

Érase una vez un reino muy lejano gobernado por un rey. Los súbditos de aquel reino, así como tierras, bosques y mares enfermaban. El rey conocía muy bien los motivos de aquella decadencia, y sabía que buena parte de los males -no todos- procedían de cómo las personas y las mercancías se movían. Pero, a pesar de saber las causas, no sabía cómo solucionarlo.

Un buen día, estaba el rey contemplando el desolado paisaje desde la ventana de su palacio cuando exclamó: “¡Cómo me gustaría hacer revivir mi tierra y mi gente!”. Y sin haber acabado de pronunciar esas palabras, se apareció un genio delante suyo que le concedió la posibilidad de pedir tres deseos para ver cumplido su sueño. 

El rey, que era muy inteligente, estuvo pensando durante tres días y tres noches cuál sería su primer deseo. Después de dar muchas vueltas decidió pedir al genio que toda la energía producida en el reino fuera de origen renovable. Y al tiempo de terminar su petición, los vehículos empezaron a ser propulsados con energías limpias. Pero todavía más: el rey observó que el genio había ido más allá de su deseo, creando baterías diminutas y de vida eterna, producidas allí mismo y sin generación de residuos peligrosos. Aquello era mucho mejor de lo que el propio rey había imaginado, dado que muchas guerras por el control de recursos en el mundo dejaban de tener sentido. A pesar de todo, pocos días después, el rey se dio cuenta de que su sueño todavía no se había cumplido. Los vehículos propulsados seguían ocasionando accidentes, ocupando mucho, atascando, fragmentando con sus infraestructuras. Y la gente seguía destinando demasiado tiempo diariamente para llegar a todos los lugares donde quería ir.

Así que el rey, que era muy inteligente, volvió a pensar durante tres días y tres noches para pedir su segundo deseo. Esta vez decidió pedir al genio que la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías se apoderaran del país. Y en un abrir y cerrar de ojos, el país estaba lleno de autopistas inteligentes que evitaban las congestiones, todos los trenes eran de alta velocidad automatizada y cualquier vehículo había sido robotizado, con centenares de sensores destinados a evitar cualquier accidente. Las plazas de aparcamiento enviaban información a tiempo real para evitar circulaciones superfluas y gadgets individuales de todo tipo invadían las calles. Pero todavía más: el rey observó que el genio había ido más allá de su deseo, habiendo insertado un chip dentro de todas las personas con una App que les permitía desplazarse siempre de la manera más eficaz y eficiente posible. Otra vez, sin embargo, con el pasar de los días el rey se dio cuenta de que su sueño no se había cumplido. Las calles eran lugares sin vitalidad urbana, convertidos fundamentalmente en lugares de paso de gadgets muy inteligentes. Grandes infraestructuras surcaban el paisaje y las personas, sedentarias, iban olvidando el placer de moverse por ellas mismas. Y, a pesar de tanta eficiencia, seguían destinando bastante tiempo al día para llegar a todos los lugares donde querían ir.

Por tercera vez, el rey, que era muy inteligente, volvió a reflexionar. Todavía podía pedir un último deseo. Pero, por más que pensaba, nada encontraba. Hasta que, finalmente, su mujer, una reina de profunda sabiduría, se percató que con la inteligencia del rey poca cosa solucionarían. Y ella, que era arraigada a su tierra y sus gentes, tomó decidida la palabra para dirigirse al genio diciendo alto y claro: quiero que todo esté muy cerca de todo. Y en un abrir y cerrar de ojos los edificios se transformaron. Todos ellos. Y ahora cada uno contenía una variedad de residencias, oficinas, aulas, servicios, comercios, etc. Se habían acabado los parques de oficinas, los campus universitarios, los polígonos de viviendas, las ciudades de la justicia, los centros comerciales y de ocio, los campus administrativos, las urbanizaciones, etc. Todo muy mezclado y a pequeña escala. O, mejor dicho, a escala humana. Nada a medida del coche, las economías de escala o el gran capital. Como excepción, sólo seguían segregadas y concentradas ciertas actividades por motivos de salud pública. Pero todavía más: el genio había subido drásticamente los precios del transporte para que la proximidad estuviera garantizada, acabando así con el abuso del transporte planetario y consiguiendo volver rentables los bosques, campos e industrias de aquel reino. Y, consecuentemente, los de los otros reinos también. 

Así, cuando el rey y la reina salieron a observar las calles, vieron un montón de gente andando y en bicicleta. Disfrutaron contemplando aquellas calles llenas de vida, convertidas en escenario de la vida cotidiana. Además, el rey se dio cuenta que muchos de los gadgets y revoluciones que él mismo había deseado anteriormente habían perdido buena parte del sentido, y aparecían tan sólo de manera esporádica y anecdótica. 

Y esta vez sí, pasaron los días, y el sueño de la reina, y también del rey, se vio finalmente cumplido.

 

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