EXPERTOS CIUDADANOS Y CIUDADANOS EXPERTOS

Las tareas pendientes del urbanismo colaborativo

por Carlos Verdaguer Viana-Cárdenas [1]

 “El experto no representa al ciudadano, forma parte de una élite cuya autoridad se basa sobre la posesión exclusiva de un saber no comunicable; pero, en realidad, ese saber no le confiere ninguna aptitud particular para definir las delimitaciones del equilibrio de la vida; el experto no podrá jamás decir dónde se encuentra el umbral de tolerancia humana. Es la persona la que lo determina; en comunidad, nada le puede hacer desistir de ese derecho” (Ivan Illich, La convivencialidad 1978)

 

En un mundo de estructura viva el pueblo en su totalidad debería estar implicado, masivamente, en la construcción de sus edificios y sus barrios. ¿Quién sabe más de un lugar? Las personas que viven allí y trabajan allí” (Christopher Alexander, The Nature of Order, Book Two: The Process of Creating Life, 2003)

 

La irrupción de la velocidad de la mano del industrialismo y la explosión de los conocimientos parcelarios propiciada por el paradigma científico han quebrado el proceso ancestral de construcción de la ciudad mediante adaptación e iteración, guiado principalmente por la experiencia acumulada de todos los agentes implicados y por la aplicación paulatina por ensayo y error de los lentos avances técnicos, sustituyéndolo por estrategias aceleradas de intervención basadas en la reducción del número de variables contempladas y en el conocimiento hiperespecializado de dichas variables por un número limitado de agentes.

Este hiperdesarrollo del conocimiento especializado, estandarizado y centralizado, se ha traducido a su vez en un círculo vicioso de sacralización inducida del propio conocimiento experto, mediante el uso de lenguajes cerrados y de métricas esotéricas, en detrimento de la experiencia social acumulada y de la vivencia colectiva del espacio como lugar con atributos concretos, físicos, emocionales y simbólicos, comunicable mediante el lenguaje común.

En el campo específico del diseño del espacio, la emergencia paulatina a lo largo de la segunda mitad del siglo XX de una ideología arquitectónica endogámica, tautológica y autorrefente ha contribuido a ensanchar y profundizar la sima entre arquitectura y sociedad, deslegitimando la figura de arquitectos y urbanistas y la función del urbanismo como instrumento de mediación, abriendo aún más las puertas al no-urbanismo del Mercado.

Ante el fracaso estrepitoso en términos de crisis urbana y de crisis del urbanismo de dichas estrategias, y ante la constatación general de que sólo mediante procesos de toma colectiva de decisiones se puede alcanzar el necesario ajuste entre recursos, deseos y necesidades en un escenario complejo y multidimensional de crisis ambiental, el dilema que se plantea es cómo incorporar el conocimiento experto a los procesos de participación ciudadana en un plano en el que sus aportaciones contribuyan al proceso colectivo de toma de decisiones, pero sin suplantarlo.

Naturalmente, la primera cuestión que acude a la mente es la de qué se entiende por conocimiento experto en el ámbito de una planificación abierta de la ciudad y del territorio, y, de hecho, en esta pregunta está la clave para resolver el dilema: aquí es donde interviene el concepto de enfoque holístico como herramienta para abordar la complejidad, un enfoque instrumental que cabe entender simultáneamente desde su doble acepción de necesidad de integración de todas las formas de conocimiento, especialmente todas las resultantes de la experiencia y la vivencia directa, y como necesidad de integración sinérgica y transversal de todas las formas de conocimiento reglado disciplinar.

Desde esta perspectiva, la figura del ‘experto’ y del ‘ciudadano’ se aproximan hasta fundirse en cierta manera, situándose ambos en un mismo plano de intervención: entendiendo que el conocimiento acumulado por cada ciudadano sin excepción en su vivencia de la ciudad y el territorio como realidades a la vez espaciales y sociales posee un enorme valor, emerge de inmediato la figura del ciudadano como experto cuyas aportaciones son primordiales para el proceso de producción del espacio.

Al mismo tiempo, si se entiende que el experto participa ineludiblemente de la condición de ciudadano con un bagaje de vivencia y experiencia, su conocimiento comienza a desprenderse del envoltorio de lo abstracto y adquiere el valor asociado a la capacidad de articulación y consolidación en términos operativos de dicha experiencia, que puede superar los lenguajes cerrados para convertirse en comunicable. Ambas aproximaciones se complementan y convergen, multiplicando la capacidad de conocimiento de la realidad y de intervención sobre la misma.

Sin embargo, esta perspectiva no es ni mucho menos la que propicia el actual modelo de planificación, y, por tanto, su aplicación requiere un esfuerzo deliberado por parte tanto de los ciudadanos como de los expertos, en el sentido de escapar a la pasividad y asumir el valor del conocimiento propio por parte de los primeros, y en el de insertar la experiencia propia en el conocimiento especializado por parte de los segundos.

Cabe señalar que, en un proceso de transición hacia el nuevo paradigma como el que aquí se plantea, la función de los técnicos y los expertos no se diluiría ni perdería su importancia, pues a ellos seguiría correspondiendo en primer lugar la tarea imprescindible de tratar de dilucidar y evaluar en lo posible los diferentes impactos derivados de los posibles satisfactores existentes para cada necesidad identificada en los procesos de toma de decisiones y comunicarlo de forma comprensible a todos los actores implicados, de cara a los procesos de selección colectivos; y en segundo lugar, les competería el ayudar a configurar en términos espaciales y formales las soluciones identificadas, haciendo uso de su competencia técnica y su  creatividad. 

Así pues, desde una perspectiva referida al presente, podría decirse muy esquemáticamente que la situación de los profesionales sería básicamente la misma en la secuencia de intervención, pero el flujo informacional y decisional transcurriría en el sentido contrario. Sin embargo, esta aparentemente simple inversión de polaridad requiere un cambio profundo en la mentalidad de los profesionales y de los expertos, aunque estén socialmente legitimados para intervenir en el territorio y remodelar el paisaje de sus conciudadanos.

La perspectiva del urbanismo colaborativo requiere, en suma, una transformación en la forma de entender la producción del espacio por parte de todos los agentes técnicos implicados en el proceso, no sólo los arquitectos y urbanistas, con el fin de asumir su función de traductores de deseos y necesidades, de mediadores entre intereses diversos y de facilitadores de procesos.

Dentro de esta transformación, cobra especial importancia la tarea de ayudar al empoderamiento de los ciudadanos mediante el incremento de su capacidad técnica de intervenir en la ciudad. El pánico por parte de algunos arquitectos a que el ciudadano les arrebate el lápiz está injustificado. Tal como señalaba el psicólogo ambiental David Canter, para el usuario generalmente son siempre más importantes los objetivos funcionales que para el arquitecto: en la situación actual, la gran mayoría de ciudadanos no tienen interés en el diseño como tal, pero sí  en que los resultados del diseño respondan a sus deseos y necesidades. Esta parte mayoritaria de la ciudadanía, en suma, no está interesada tanto en las formas como en la ubicación, la función y las interrelaciones entre ellas en relación con sus posibles usos.

Esto se traduce de forma clara en el ‘reparto de tareas’ que emerge de la propia lógica de los procesos de participación asociados a la producción del espacio, en los que el pensamiento colectivo, a través de una combinación de mecanismos representativos y deliberativos, elabora el programa, identifica y acuerda el propósito, mientras que al arquitecto aporta robustez técnica y valores morfológicos y estético-simbólicos, pero siempre en el sentido de enriquecer, nunca de mermar, el marco funcional y de valores preestablecido.

Esta realidad que surge del análisis del presente, sin embargo, no niega en absoluto la constatación complementaria de que el ser humano como homo faber y homo ludens tiene una capacidad innata de conformar creativamente la materia y el espacio de la que participan todos los miembros de la especie sin excepción, y que puede y debe ser alimentada y desarrollada, lo cual abre un enorme abanico de posibilidades futuras desde la óptica de la creación colectiva de la ciudad y desde la óptica ecológica. 

 

[1] Este texto está extraído de la tesis doctoral inédita (2019) La ciudad de las tres ecologías : elementos para la consolidación del paradigma ecológico en la planificación urbana y territorial = The city of the three ecologies : elements for the consolidation of the ecological paradigm in urban and territorial planning. Escuela Técnica Superior de Arquitectura (Universidad Politécnica de Madrid), paginas 568 a 572

DSC_0179

Proceso de urbanismo participativo organizado en octubre del año 2010 por gea 21 para el Ajuntament de Vilanova i la Geltrú: El Torrent de la Pastera...Com l’imagines?