La traición de la velocidad
por Alfonso Sanz Alduán
En memoria de Jean Robert
(Moutier, Suiza, 1937-Cuernavaca, México, 2020)
La velocidad no aparece como atributo característico de ninguno de los dioses principales del olimpo grecolatino. Hermes, el viajero y mensajero, era más valorado por su astucia y elocuencia que por su rapidez. Es la revolución de los transportes y las telecomunicaciones del siglo XIX el momento en el que la diosa Velocidad asciende al olimpo particular de la sociedad industrial, una posición ampliamente reforzada hoy en la era de las redes y la interconexión hiperveloz, en el tiempo en que todavía muchos sueñan con automóviles voladores y el teletransporte de personas y bienes.
En los años sesenta y setenta del pasado siglo se abrió paso un pensamiento crítico que cuestionaba los grandes mitos sobre los que se edificaba y edifica todavía ese olimpo de la sociedad industrial. Ivan Illich, Barry Commoner, André Gorz, Jean Pierre Dupuy y Jean Robert, entre otros numerosos pensadores, desvelaron la cara oculta de nuestro sistema de producción y consumo, ofreciendo un armazón teórico al naciente movimiento ecologista.
La crisis energética de 1974, causada por la subida del precio del petróleo, fue un momento excepcional para mostrar cómo algunos de esos mitos tenían pies de barro petrolífero. Uno de ellos fue sin duda el transporte, sustentado en la facilidad de mover personas y mercancías gracias, como se pudo comprobar, a la disponibilidad de combustibles fósiles baratos.
Frente a la respuesta más instintiva o primaria que buscaba una nueva fuente energética que permitiera mantener el sistema intacto, con un incremento constante de la movilidad, los mencionados pensadores aportaron una mirada transgresora del problema. Hoy, cuando se ha renovado ese afán de sustitución de los combustibles fósiles, con la electrificación del transporte como nuevo mito fundacional del sistema, conviene recordar lo que entonces se puso de manifiesto. El desbordamiento de ciertos límites se revuelve contra los objetivos buscados y, por consiguiente, la alternativa debe residir en una nueva armonía con esos umbrales.
Uno de los mitos socavados entonces fue el de la Velocidad, tanto en su relación con el espacio como con el tiempo. La reflexión urbanística y territorial mostró cómo la exigencia de rapidez de los transportes destruía la calle y la ciudad tradicional, distorsionaba el espacio social. Ivan Illich1 desveló la otra gran distorsión, la del tiempo social: la velocidad cuesta tiempo; para conseguir un movimiento veloz se requiere dedicar muchas horas de trabajo para poder comprar los vehículos, la gasolina, los repuestos o los seguros o para pagar las infraestructuras y la gestión del sistema; en definitiva, dedicar tiempo para ahorrar tiempo al desplazarse. Poniendo en relación el tiempo dedicado a un automóvil (1.600 horas al año) con los kilómetros recorridos con él (10.000 km), Illich llegó a la conclusión de que el varón estadounidense medio circulaba a la asombrosa velocidad generalizada de poco más de 6 km/hora, es decir, la de una persona caminando a paso rápido.
Ese mismo filón crítico fue empleado poco después por Jean Robert en dos obras fundamentales, cuyos títulos son una buena síntesis de sus contenidos: La traición de la opulencia (1976) 2 , escrita con Jean-Pierre Dupuy, y El tiempo que nos roban. Contra la sociedad cronófaga (1980) 3 .
En el primero de esos dos libros, Dupuy y Robert añaden dos aportaciones clave para la crítica de la evolución del sistema de transportes. La primera es que la velocidad generalizada está relacionada con la clase social. Comprar un automóvil o volar a cualquier destino cuesta más horas de trabajo a quien menos salario recibe, lo que se traduce en una menor velocidad generalizada de dichas personas. La segunda aportación consiste en integrar el análisis del transporte en una revisión de la concepción dominante de la economía. Para tener un marco diferente en el que pensar el transporte es necesario disponer de un marco distinto de la economía.
Esto es lo que pretendemos en las Cuentas Ecológicas del Transporte en España (2016) 4 , en las que el marco conceptual es el aportado por la economía ecológica, es decir, la economía que atiende a la base biofísica de la actividad humana. En esa investigación aprovechamos para actualizar el hilo antes mencionado de la reflexión sobre la velocidad. Estimamos, por ejemplo, que comprar y utilizar a lo largo de su vida útil un automóvil requiere trabajar, con el salario medio de este país, más de 4.400 horas; 331 horas al año, casi una hora cada día. Una cifra mayor que las 260 horas de desplazamiento anual en el propio vehículo. Todo ello sin contemplar, como hacían Dupuy y Robert, las desigualdades internas al país ni, añadimos, tampoco las desigualdades entre países, que permiten que compremos un automóvil con muchas más horas de trabajo ajeno en la extracción de materiales o fabricación de piezas en otros lugares; una hora de nuestro trabajo compra varias horas de trabajo ajeno y lejano.
La diosa Velocidad ha traicionado el culto que le ofrecemos los humanos. Nos ha prometido grandes dichas ocultando las desgracias que también comporta. Por eso es conveniente bajarla del olimpo y contrastarla con lo terrenal, recordando que su deidificación es la consecuencia de la ascensión al monte sagrado de otros dioses mayores como la mercantilización y el dinero que le abren el camino.
Para “humanizar” la velocidad se requiere, por tanto, construir una nueva mitología de la sociedad postindustrial en la que podamos convivir en paz, aprovechando los límites biofísicos y el tejido completo de la vida. Un nuevo relato en el que, como aprendimos de Jean Robert, no tengamos esa pulsión cronófaga alimentada por el propio sistema económico; en el que nos libremos de esa paradójica sensación permanente de no tener tiempo, por mucho que nos desplacemos a grandes velocidades y naveguemos en las redes telemáticas de forma casi instantánea. Le echaremos mucho de menos para desvelar esta nueva traición de la velocidad que nos acecha.
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1) Energía y equidad. Barral Editores. Barcelona, 1974. La edición en castellano más reciente de esta obra seminal es de la editorial Diaz&Pons (Madrid, 2016).
2) La trahison de l'opulence. Presses Universitaries de France. Paris, 1976. La versión en castellano la editó GEDISA en Barcelona en 1979 con el título La traición de la opulencia.
3) Le temps qu'on nous vole. Contre la société chronophage, Éditions du Seuil. Paris,1980.
4) A. Sanz, M. Mateos y P. Vega. Gea21. Ecologistas en Acción. Fundación Biodiversidad. Segunda Edición (2016). Descargable en https://www.gea21.com/archivo/cuentas-ecologicas-del-transporte-en-espana/
Jean Robert en la Fundación Cristina Enea de San Sebastián en octubre de 2010. El motivo de su presencia fue la impartición de una conferencia y un taller durante la exposición "Gráfica Social 03: Peatón". La publicación de apoyo a dicha exposición, con un texto de Jean, se puede descargar en https://www.cristinaenea.eus/es/mnu/observatorio-de-la-sostenibilidad-cuadernos-de-apuntes.