Las luces de la movilidad
Por Màrius Navazo
De noche, avanzamos deslumbrados por nuestras calles. A causa de las luces de los coches, que usan los mismos focos en una autopista a 120 km/h que en una calle 30 o en una plataforma única. ¿No tendría más sentido que en núcleos urbanos, donde la velocidad máxima es mayormente de 30 km/h, repensáramos la necesidad de esos focos? ¿Más cuando nuestras calles –a diferencia de las carreteras– ya están iluminadas por las farolas?
Sin embargo, en vez de repensar la necesidad de los focos automovilísticos, parece que cada vez nos subimos más al carro de su potencia, sirviéndonos estos de guía (¿de faro?) para el conjunto de la movilidad. Sólo hace falta ver la potencia de las luces de muchos VMP o bicicletas de hoy, que también deslumbran cuando te cruzas en su trayectoria. Lejos quedan las dinamos que deban su punto de luz. Diferentemente, ahora se trata de lucir potentemente, talmente como si de un pequeño turismo se tratara. Y no para ver lo que pasa alrededor (para eso las farolas se perciben como suficientes), sino para todo lo contrario: para ser visto por los que están alrededor.
Bicicleta en ciudad
¡Pero no son sólo las luces de los vehículos! También comenzamos a llenar de luces la propia ciudad, con señales verticales luminosas o redoblando las propias de los semáforos (cuestionables en sí mismos). Por ejemplo, recientemente en mi ciudad se han colocado dos artefactos luminosos en este sentido: luces en la acera coordinadas con los semáforos de peatones, con el objetivo de visibilizar aún más si las personas pueden cruzar. Y luces en las marcas viales de los pasos de peatones coordinadas con los semáforos de vehículos. En definitiva, luces y más luces, seguramente en aras de una mayor seguridad.
Sin embargo, si de seguridad va todo este despliegue lumínico en ciudad, entonces deberíamos preguntarnos dos cuestiones previas:
1) ¿Son los focos de los coches una herramienta para mejorar la seguridad vial en las calles?
2) Los focos de los coches en las calles, ¿visibilizan o invisibilizan a los demás?
En relación a la primera pregunta, como ya se ha apuntado al principio, sería necesario reflexionar sobre si las luces de las farolas no son suficiente para dar visibilidad a todo lo que acontece en nuestras calles en las horas sin sol. Y seguramente lo son, siempre y cuando se circule a velocidades reducidas, de 10-30 km/h. En cambio, seguramente resultan insuficientes para circular a grandes velocidades (50 km/h); por este motivo, fue necesario que los coches llevaran una iluminación complementaria a las farolas de las calles, que les permitieran ver y ser vistos con claridad a grandes velocidades dentro de las ciudades. Por lo tanto, en las calles, los potentes focos de los coches no están al servicio de ver y ser vistos, sino al servicio de poder correr –también de noche. En otras palabras, los focos de los coches no están al servicio de la visibilidad, sino de la velocidad. De una velocidad que cada vez tenemos más claro que no es la que deseamos en nuestras calles. Consecuentemente, los focos de los coches no ayudan a calmar el tráfico y mejorar la seguridad vial, sino todo lo contrario.
En relación a la segunda pregunta, habrá quién dirá (especialmente ciclistas y personas usuarias de VMP) que las luces que sus vehículos llevan son necesarias para protegerse, porque les permiten ser vistos. Y así es, ciertamente, en un contexto dónde los vehículos motorizados circulan con potentes faros por las calles. Porqué esos faros al servicio de la velocidad visibilizan al que los lleva, pero invisibilizan a todos aquellos que no los llevan (personas a pie), o a aquellos que sus focos son mucho menos potentes (bicicletas y VMP). Y esta invisibilidad genera vulnerabilidad. Seguramente por eso estamos entrando en un círculo vicioso donde, para escapar de la vulnerabilidad, bicicletas y VMP se equipan cada vez más con luces potentes, llamativas y parpadeantes. Así, guiados por la potencia de los faros de los coches (¡y también deslumbrados metafóricamente por su potencia!) nos alejamos de las necesidades del mundo social que debe reinar en nuestras calles. Y dejamos que las potentes luces del mundo del tráfico, que deberían reinar sólo en carreteras y autopistas, desvirtúen y generen vulnerabilidad en el mundo social.
Sin embargo, es necesario subrayar que, para estar en la calle, en el mundo social, no tenemos que ser ni llamativos, ni deslumbrantes ni destellantes. Eso es necesario para poder correr a 120 km/h por una autopista. Pero en nuestras calles mejor no entrar en un espiral de más y más luces para ver quien ilumina y se “protege” más. De hecho, en coherencia con el avance hacia ciudades 30, ni las luces de posición de los coches serían necesarias, porqué ¿cómo no percatarse del gran bulto que significa un coche si este avanza lentamente, a 20-30 km/h? De hecho, los vehículos en el mundo social (grandes y pequeños) tendrían que ser vistos en tanto que vehículos, es decir, en tanto que constituyen un volumen, un bulto. Pero no en tanto que focos, que es tal y como son percibidos por la noche en el mundo del tráfico (carreteras y autopistas).
En definitiva, hoy en nuestras calles, de noche, no se visibilizan fácilmente las personas, las bicis y VMP porque estamos deslumbrados con tanta luz procedente de los coches y, por eso, necesitamos que los primeros circulen también llamativamente. Pero si apagáramos los focos de los coches volveríamos a vernos unos y otras sin necesidad de tanto artefacto lumínico. Así que, ¿qué tal si en ciudad nos quedamos con las farolas y apagamos las luces de la movilidad?