PRIVATIZACIÓN DE LA INFANCIA

Marta Román

Este blog pretende ser un espacio de reflexión sobre la infancia, pero no trata de educación, tampoco de cuidados, ni busca dar consejos a madres y padres. Como geógrafa me quiero dedicar a escribir sobre el espacio que tiene la infancia en nuestra sociedad y a cartografiar la nueva relación que tiene el mundo adulto con la infancia.

El libro “One False Move” (Un paso en falso) [1] me desveló que hay que prestar atención a la infancia cuando se analiza la ciudad porque niñas y niños están pagando con su autonomía las consecuencias de un modelo urbano inhabitable. El estudio de los ingleses Hillman, Adams y Whiteleg muestra con crudeza la desaparición de la infancia libre de las calles de las ciudades comparando dos décadas 1970 y 1990. Mientras que en 1970 el 80% de los niños de 8 años iban sin acompañamiento adulto a la escuela, veinte años más tarde esa cifra cae al 9%.

Cuando leí ese libro yo ya era geógrafa, madre, y trabajaba en una empresa dedicada al urbanismo y la movilidad. Me impactaron de lleno los datos y especialmente ¡que yo no me hubiera dado cuenta de ese hecho! No entendía cómo podía haber ignorado ese cambio que tenía que ver directamente con mi profesión y que me afectaba tan de lleno como madre. Además, parecía que hablaba de mi propia vida: en 1970 yo tenía 8 años y en 1990 mi hija Sara tenía esa misma edad. Mi infancia y la de mi hija transcurrió en el mismo barrio y la distancia que ambas tuvimos que recorrer para llegar a nuestros colegios era similar. Yo caminaba con mis hermanas, alguna vecina y un perro por un barrio en construcción. Ese momento nos pertenecía y cruzando descampados conseguíamos que se convirtiera en toda una aventura.

Veinte años más tarde, cada mañana había que poner en marcha una compleja organización familiar para poder llevar y recoger a Sara. Había surgido una nueva tarea vinculada a la maternidad: acompañar y vigilar permanentemente a los hijos cuando están fuera de casa. Ahora me pregunto en qué momento se deterioraron las condiciones del entorno urbano, aquellas que permitían que las niñas fuésemos brincando a nuestras anchas por la calle.

Lo único que sé es que la domesticación se produjo sin hacer ruido. Lejos de provocar un debate o contestación pública, el confinamiento infantil fue interiorizado poco a poco hasta naturalizarse. Ahora todo el mundo asume que el lugar adecuado para la crianza es el hogar y que en la calle los niños deben ir siempre acompañados, incluso cuando están en los parques infantiles.

Escamoteados de las aceras, ha ido desaparecido el roce, el conocimiento, el conflicto, el afecto y los vínculos que niños y niñas generábamos con las personas de nuestro entorno. Una diversidad de estímulos y referencias que nos nutrían y que transformaba el clima del barrio porque éramos un aglutinador social.

Todo lo que antes proveía la calle de forma sencilla y gratuita: juego, entretenimiento, apoyo, límites, normas, ejercicio físico, referencias o diversión, ahora lo tiene que suplir cada familia con sus propios recursos. No solo hay que acompañar, también hay que ingeniárselas para entretener en casa, estimular, jugar, reprender o poner límites en un espacio escaso e inadecuado. Una inmensa tarea que resulta difícil de asumir y que siempre resultará menos diversa y rica que la variada aportación de una colectividad.

La crianza se ha privatizado y el problema no es solo que las familias asuman en solitario la crianza con pocos apoyos, el principal problema es que la sociedad ha asumido que los niños son una propiedad y, como tal, pertenecen a sus propietarios.

 

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[1] Mayer Hilman, John Adams and John Withelegg. (1990) One False Move: A Study of Children’s Independent Mobility. PSI